miércoles, 20 de enero de 2010

Crítica de Norma Dumas

Consecuente consigo mismo, Jose María Muscari nos disparó otro de sus intrépidos “muscarismos” con su insobornable y virtual displicencia y un resplandeciente elenco conformado por Irma Roy, Mónica Salvador y Dalma Maradona.

Toda la sinuosa subjetividad psíquica, anímica y acaso también inapelablemente virósica que subyace en el insoslayable espíritu de Muscari reaparece aquí, con su profano misticismo a cuestas y con su insaciable pretensión de “espantar” a una humanidad que, inexorablemente, ya está curada de espanto.

Intuyendo que la vida es un eterno y arrogante “grotesco“, la deschava descarnadamente y sin anestesia previa sustentando que, después de todo, la existencia sigue siendo un mísero y estrepitoso estado de ánimo.

Como siempre se rodea y se regodea con alegorías, eufemismos y substancias metafóricas que consiguen, al fin, convencer y conquistar a una audiencia que, indecorosamente, se muere de ganas de ser convencida y conquistada.

No es de extrañar que, de tan “piola“, se reserve siempre el derecho de elegir lo más proyectivo del acerbo artístico y atiborre el escenario festivamente para que, al fin de cuentas, no dejar que la sangre llegue al río.

En este caso, una motivada y suspicaz Irma Roy, una gallarda Mónica Salvador y una fresca Dalma Maradona (con el” valor agregado” de su apellido a cuestas), lo ayudan a sentenciar que en este mundo no hay Biblia que no se enamore, alguna vez, de algún transido calefón.

En la noche del estreno la rutilante omnipresencia de Sandro deambulaba por allí, mientras sus restos descansaban revestidos de eternidad en un salón del Congreso.


Norma Dumas

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