domingo, 24 de enero de 2010

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Muscari: ¿Quién dijo que la culpa es de la tele?

Cuando se apaga la tele, se enciende la tertulia familiar armoniosa, constructiva, enriquecedora. Eso suponen quienes encontraron en la televisión el chivo expiatorio para todos los males de estos tiempos revueltos. José María Muscari, autor y director de la obra Fuego entre mujeres, los escuchó con atención. Con la misma atención con la que observa lo que muestra la tele diariamente. Inteligente, a Muscari no se le escapa que entre el discurso de la pantalla chica y el de los cruzados que ven en ella al mismísimo Lucifer está la gente, la de carne y hueso, la que tiene padecimientos que son ajenos a la TV y que no se resuelven mirando la televisión pero tampoco apagándola.

"La pongo, pero en mute, a la TV, porque vamos a comer y hay que comunicarse en la cena. Somos una familia, me dijeron en el grupo de autoayuda del Durand. Una famlia disfuncional, somos las tres cabeza de familia, eh. Las tres, cada una con sus pro y sus contras. Las tres mujeres somos familia, somos una famlia... la familia. Familia somos". Control remoto en mano, eso dice Ingrid, el personaje que interpreta Mónica Salvador en Fuego entre mujeres, como si enmudenciendo el televisor fuera a acallar los aullidos de sus propias frustraciones.

Ingrid es la hija de una anciana perversa, pirómana, soberbia, que ha perdido el pellejo, literalmente, en un incendio pero que aún conserva las mañas. Ingrid es la madre de Luisa, una jovencita que lleva al hombro la mochila de una traumática experiencia sexual y busca deshacerse de tamaño peso bamboléandose entre la anorexia y la bulimia. Las tres generaciones de esa familia disfuncional_ que interpretan con maestría Irma Roy, Mónica Salvador y Dalma Maradona_viven juntas; son familia, como diría Ingrid por boca del grupo de autoayuda. Las tres mujeres viven enjauladas tras los barrotes de sus fantasmas. En el intento por liberarse, se chuzan, se desprecian, se humillan mutuamente. Pero también se quieren, se compadecen, buscan a tientas algún antídoto contra la furia que les corroe el alma.

Y allí, en el living modesto y kitsch que comparten, está el televisor, un electrodómestico en el que cada una de ellas busca lo que le falta. Luisa (Dalma Maradona)se mira en el espejismo de los cuerpos televisados y se afana por encarnarlos como si fueran reales. Su abuela (Irma Roy) fija las retinas en la pantalla para ver lo que la TV no emite: los viejos ciclos que marcaron su juventud para seguir sosteniendo la fantasía de su "piel de porcelana" cuando su anatomía es una maraña de injertos de piel. Ingrid, siempre a la pesca de la solución mágica que ordene su familia desquiciada en un abracadabra, decide un día que la solución es tan simple como cenar con el televisor "en mute".

Ojalá tuvieran razón los adalides de la corrección política que, munidos de razonamientos sofisticados, predican lo que Ingrid cree de un modo ingenuo y desesperado: la TV es la fuente de todos los conflictos, angustias y padecimientos que aquejan a los individuos y las familias en el siglo XXI. Si eso fuera verdad, el dolor sería un trámite de resolución sencilla: bastaría con ejercer una leve presión sobre el control remoto para que los infiernos domésticos mutaran en paraísos. Pero pienso que se equivocan. Como muestra Muscari a través de su humor filoso,la vida y sus circunstancias son mucho más complejas y las causas del malestar en la cultura infinitamente más numerosas de lo que creen quienes se tranquilizan echándole la culpa a la TV.


Por Adriana Schettini.-

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