viernes, 8 de enero de 2010
FUEGO en la web
Dramaturgia y Dirección: José María Muscari
Actúan: Irma Roy, Dalma Maradona y Mónica Salvador
Música: Sandro
Diseño de escenografía y vestuario. Vessna Bebek
Diseño de Iluminación: Marco Pastorino
Asistente de Dirección. Carlos Teksian
Fotografía Gianni Mestichelli
Realización de Vestuario: Nancy Murena
Teatro Tabaris- Sala Petit
De jueves a domingo - 21.30 hs.
Av. Corrientes 829
TE 4394-5455
Fuego entre Mujeres es la nueva obra del dramaturgo y director José María Muscari. Ayer, al ingresar al teatro, junto a la entrada, los espectadores recibimos una nota firmada por el propio Muscari en la que se lee lo siguiente: “Mi obra Fuego entre Mujeres llegó al Tabaris. Es un misterio cómo le irá. El teatro es lotería, Es azar. Es casualidad. Pero también es magnetismo. Murió Sandro, EL GRAN ROBERTO SANCHEZ. Esta obra está íntegramente musicalizada por sus canciones. La escenografía está plagada de imágenes del Gitano. Y los tres personajes que llevan adelante mis actrices son adoradoras del ídolo que recientemente nos dejó. La obra en sí, cuenta una anécdota por fuera de él. Pero él está presente en toda la trama. La subyace. Fuego entre Mujeres, fue pensada y ensayada como un homenaje en vida a uno de nuestros artistas más talentosos, populares y especiales, amado por varias generaciones. A partir del estreno de Fuego entre mujeres, cada función será entonces un homenaje a la memoria de un artista que llegó a ser un mito y a encender el fuego con su voz y su aura magnética”. El propio Muscari, en una conversación informal con Leedor, el martes por la noche, al ser consultado sobre cómo afectaba la noticia del fallecimiento del cantante a su obra, expresó que la puesta es una remake de hace unos años y que la única diferencia con la anterior es que el universo de ésta está atravesado por el eje temático Sandro, ya que no sólo la musicalización y gran parte del decorado lo tenían como motivo, sino que además el horizonte de los tres personajes está surcado por él. Tres mujeres coexisten bajo el mismo techo. Son tres generaciones que se denigran y tal vez se amen. La abuela, en la piel de Irma Roy, espera alguna solución para su piel devastada por una quemadura que la vuelve casi monstruosa. Encarnada por Dalma Maradona, su nieta, desea ser otra, es bulímica, anoréxica y maneja un egocentrismo cuya tensión se sostiene en ambos extremos entre la adoración de sí misma y su autodestrucción. Su madre alcohólica completa el triángulo de desesperación que subyace a toda familia en la que todos son víctimas. De la vejez, del abuso, del no poder ser. La joven aparentemente abusada por su padre y luego abandonada por él, su madre cuyo secreto a voces será develado hacia el final y la abuela víctima de un mal trato que tiene un origen anterior y trágico son los vértices de esta familia disfuncional. El único punto común entre las tres mujeres es Sandro. Sus fotos son veneradas por las tres, sus canciones son cantadas en playback o sobre la música por las tres y la irrupción de cada tema del Gitano opera como pivote para marcar un desacuerdo, dar paso a otra escena o mostrar que es lo que pueden tener o no, en común. Como es habitual en la poética de Muscari, existen ciertas repeticiones que, a modo de estribillo, operan como redundancia de eso que se quiere decir, de lo no dicho o de lo que genera conflicto. Pero lo cierto es que estas tres mujeres arbitran su existencia en la agresión, el insulto y el ocultamiento que siempre las arrastra a la ambigüedad. ¿Se aman o se odian? ¿Se cuidan o se destruyen? La representación siempre llega al mismo punto común, estas tres generaciones sólo se reconocen en la música, fotos o imágenes de los films de Sandro. Toda la puesta está surcada por el kitsch, en todas las acepciones que se le asignan al término. Si se trata de mal gusto, la escenografía naturaliza un hogar repleto de objetos que simulan ser arte, hay altares, floreros, profusión de objetos inútiles, flores plásticas y un bar de los 70’. El vestuario reproduce y colabora con la narración ya que está acorde con otra de las definiciones posibles de kitsch, dado que hay una presunción de elegancia que sólo puede promover la hilaridad en el público, con vestimentas recargadas, accesorios de dudoso gusto o valor y una paleta de colores que, asfixiante, secunda a lo representado de un modo brillante. El trabajo de Vessna Bebek es excelente en un diseño de arte que se halla en perfecta sintonía con lo que Muscari ha decidido contar. Y el Kitsch también aplicado a las emociones, se hace presente en la ampulosidad de los sentimientos, los agravios y los aparentes gestos de amor que como minas antipersonales mutilan o destruyen al otro. El trabajo de las actrices respeta a rajatabla la partitura muscariana, y de ese modo, el espectador agradecido se da el lujo de ver brillar a Irma Roy, en un papel que le queda a medida y que guarda una sorpresa para el final que asombra tratando de hacer justicia poética. Dalma Maradona se luce en el balanceo de esa joven a la que debe interpretar que es ángel y demonio según la escena pero que atraviesa una tragedia que sólo se tolera narrada en clave de humor. Mónica Salvador, muy sólida en el papel de la madre, se las ve con la difícil tarea de sostener a su personaje con el suspense necesario que develará un secreto que no debería ser ni secreto ni vergonzante. Muscari llegó al Tabaris con este gran equipo y si ya no es posible el homenaje en vida a Sandro, logra hacerlo presente en él, ahora, homenaje a su memoria, porque las tres mujeres de su obra piden a gritos que alguien les dé el fuego de su amor y se consumen en una pira diferente. Tributarias del kitsch o Pop Art, su tragedia contada en clave de ironía almodovariana, hace de estas mujeres un espejo, retrovertido en algunos casos, de las hogueras en las que muchas veces nos quemamos vivos con una mueca que simula una carcajada.
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