La desgracia para Naná es que ha sido víctima de su propia medicina: friolenta, por acercarse demasiado a la estufa con el salto de cama de matelassé rosa, “me prendí fuego viva”. Y ahora está hecha un desastre, “un camión de Manliba”, según la desbocada nieta Luisa. Llena de vendas, supurando, exhalando mal olor, candidateada para un injerto de piel de chancho proveniente del criadero del hospital, que matan el mismo día de la operación. Y no quieran ustedes saber más detalles, porque ahí ya entramos en pleno mondo trashy muscariano, ese universo donde una nieta puede escupirle a su abuela el bocado de manzana que está masticando; y una hija cuarentañera amenazar a su madre: “A vos te voy a tirar al Riachuelo, pero sin escafandra...”
Así va la convivencia de este trío de mujeres de tres generaciones en Fuego..., disparándose hostilidades, pullas, verdades crueles que hacen troncharse de risa al público. Y aquí es donde se cocina lo subversivo de la obra: en esta imitación exacerbada de la vida, a través del burlesco (no del escarnio) el dramaturgo y director consigue que el público se ría de sus propias miserias, angustias, deseos liberados por el texto y por esas tres actrices zarpadas que, ante todo, son tan capaces de tomarse el propio pelo.
Brillante y audaz la convocatoria de Muscari, así como los logros en la dirección actoral que ha dado cauce a la potenciación de estilos interpretativos y energías diferentes, lo que redunda en un singular intercambio de timbres y colores. Irma Roy recupera majestuosamente las tablas, imponente como la momia del comienzo (o monstruo de Nahuel Huapi, al decir de Luisa), falsa ingenua siempre, pícara retozona cerca del final. Dalma Maradona cautiva con su encanto personal y su desenvoltura, midiéndose de igual a igual con Roy, con Mónica Salvador, quien a su vez defiende con mucha altura el rol menos jocoso, más conflictuado y amargo, estableciendo una suerte de gravedad (no de solemnidad), de secreta pesadumbre entre la abuela inimputable y la nieta parapetada en su adolescencia tardía. Dicho esto sin desconocer los reclamos de la abuela porque la vejez es mal vista, tenida por descartable en el mundo actual, o la problemática de bulimia y anorexia que sobrelleva Luisa, a su vez, víctima de abuso por parte del padre.
Otra de las virtudes del último Muscari es la inspirada aplicación del habla coloquial, mezclando –con riqueza de referencias– anacronismos, frases hechas, vocablos, marcas populares (la nieta le dice “te doy trula” a la abuela y ésta elige Heno de Pravia y Ambré de Watteau como fragancias favoritas; la madre llama a Luisa “princesa de Asturias, Carolina de Mónaco”; cualquiera puede pronunciar: marote, helados Laponia, Sapolán...). El rescate de lenguajes de altri tempi, más allá del efecto cómico, alude a formas de pensar, a usos y costumbres de décadas recientes.
Todo se completa con el glorioso vestuario de Vessna Bebek, que ha creado atavíos apropiados parta cada rol. Y, por supuesto, las canciones de Sandro que son el nexo, la devoción que liga a las tres mujeres. Canciones que brotan espontáneas de la banda de sonido, reflejando el estado de ánimo de los personajes, que las escuchan, las actúan, hacen fonomímica, según la situación. La muerte del gran divo se produjo en la semana del estreno y JMM agregó al programa un texto, Honrar a Sandro, donde declara que cada función ha de ser un homenaje a la memoria del ídolo.
Fuego entre mujeres, de jueves a domingo a las 21.30,
en el Petit Tabarís, Corrientes 829, 43945455, a $ 70
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