Fuego entre mujeres: El clima de Muscari y la garra de las actrices arman un espectáculo que resulta divertido.
Hay estampados de flores en las paredes, piel de leopardo berreta, fotos y más fotos encuadradas de Sandro, un gato de porcelana de esos que saludan con la mano en alto, mucho hule, un televisor que emite sin parar escenas de alto voltaje lésbico y una señora en camisón que mira y se enciende por dentro. Como fondo musical pasan los grandes éxitos del cantante de Valentín Alsina: todo eso mientras la gente va ocupando su lugar en el Tabarís. Se viene un Muscari. Conviene aclarar, de entrada, que Fuego entre mujeres es una reescritura de Piel de chancho que, con el protagónico de María Aurelia Bisutti, se ofreció, cuatro años atrás, en el Teatro del Pueblo. La figura de Sandro, que pivotea como un reguero entre las tres generaciones que se sacarán chispas en escena, es -en estos días de eterna despedida del cantor- nada más que una coindicencia. Muscari comentó, alguna vez, que la obra se le cruzó en su vida cuando comenzó a pensar en el mundo de la tercera edad, en todo aquello que puede llegar a sentir la gente grande en el instante en que se identifica con lo que es arrojado a la basura. La línea de acción hace pie en una mujer mayor, piromaníaca, estragada por un incendio, que espera entre ansiedad un injerto de piel de chancho. "Me voy a reconstruir, como Carlitos Tevez", dirá, en algún momento. La señora vive con una hija alcohólica y empastillada, muy culpable y muy enamorada de su socia, y una nieta que llega de frula, odia en general a todos, pasa de la anorexia a la bulimia como si se tratara de estaciones de subte, y sueña convertirse en una odalisca como Fairuz. El día del estreno había un extra disfrazado de bombero recorriendo la sala por si el fuego se hacía presente. Otro guiño de la puesta. En una casa sin padre y sin ley, las tres conspiran contra la estabilidad emocional y sólo la incondicionalidad hacia Sandro, que comparten, apacigua las aguas candentes de la casa. Suceden cosas: que la señora Roy se anime a aparecer en escena con gasas que desafinan su pomposidad y reconozca, a los gritos, ciertos jugos recónditos que le brotan al personaje cuando canta el Gitano, tiene su efecto. También que Luisa (Dalma Maradona) pueda tomarse en broma su pelea cuerpo a cuerpo con los kilos y recorra con ironía algunos tópicos, con nombre y apellido, de muchas figuras mediáticas. Como en otras obras de Muscari, la ficción y la realidad se mixturan. "Dejá de declamar que María Guerrero se murió hace rato", le grita la nieta a la Nana/Roy. Ese reirse todo el tiempo de los límites desacraliza el espacio, hace divertir a las actrices, y resulta provocador. Mónica Salvador, en tanto, es quien encarna a una generación maltratada a babor y estribor, por la madre y por la hija. Es cierto que los monólogos al público deben desacelerarse un poco, que es necesario trabajar sobre la reacción de la gente, y que se dicen algunos diálogos muy al voleo, sin esperar tampoco el retorno de la compañera, perdiéndose así uno de los sabores inefables del hecho teatral. Pero de todas maneras, la propuesta es intensa y valiosa: nada está quieto cuando hay fuego entre mujeres.
Por: Camilo Sánchez
0 comentarios:
Publicar un comentario